25/9/07

Primaveral

¡Primavera estás aquí! Como un aliento
de Dios, que brilla, vuela... endulza y canta,
penetra al corazón y al pensamiento
y en la tierra y en el cielo se agiganta!

Excelsa juventud, ama con ella
y con su beso de luz sé un Prometeo,
y sube hasta arrancar de alguna estrella
el Edén Inmortal de tu deseo.

¡Oh juventud! La hermosa Primavera
su flor de fuerza y luz pone en tu pecho:
acoge a su perfume tu bandera
en tu lid por la Patria y el Derecho.

Escudo contra el golpe del destino:
contra el traidor escollo voz de alerta;
pulverizando vallas del camino,
te lleva el bien fecundo y gloria cierta.

¡Oh juventud! Sostén del Universo.
Rosas, amores, cánticos y aromas.
Volar de sueño a Dios, junto a mi verso,
cual millón de eucarísticas palomas...
Tuya es la creación. Tu pensamiento
hará en ella una más fuerte vida
que el fecundo calor del sentimiento
primavera eterna dará en seguida.

¿Qué podrá contra ti? Natura te ama,
y en ella está la fuerza creadora...
que hoy en las hondas venas se derrama
del hombre, el suelo, el pájaro y la flor.

Tú llevarás, oh heráldica amazona,
de victoria en victoria tu bandera,
mientras teja cada año corona
para tu augusta sien, la Primavera.

Juventud. Patria en flor... Trueno.
Armonía y suspiro,
Renovando tus ímpetus podrías
convertirte en un Dios... Si Dios no hubiera.



Ante una manifestación estudiantil, en la ciudad de Trujillo, Vallejo celebrando su grado de Bachiller en Humanidades el 22 de setiembre de 1915, con su tesis "El Romanticismo en la Poesia Castellana" en el que obtuvo nota 19, al día siguiente leyó su composición “Primaveral” desde un balcón con frente a la placita O’Donovan, como parte de homenaje al "Día de la Primavera y la Juventud"

El espíritu polémico

“Formas de la nueva conciencia. Contra el fatalismo y por la dialéctica de la voluntad. La tragedia como añagaza y como verdadero conflicto vital. Crítica de la historia pasada y de los hechos presentes. El mal espíritu y los cuerpos inferiores. Ocaso de la metafísica de Hegel. El valor del marxismo”.


Los tolerantes, los liberales, los eclécticos, no saben inquietarse de los malos fermentos de la historia. En su concepto, los malos fermentos sociales, si son, en verdad malos, salen, a la larga, derrotados por los buenos. El principio del mal, en las religiones como en los individuos, es por esencia, negativo y está condenado a un fracaso neCésario e ineludible. La lucha entre el bien y el mal, no es sino aparente o transitoria, puesto que las leyes naturales quieren siempre el triunfo del primero. La tragedia, para tales hombres, no pasa de ser una añagaza o, a lo sumo de un simulacro. Es, si se quiere, una maniobra de vacaciones de la naturaleza y del espíritu. En fin, lo que identifica mejor a todas las religiones, según este criterio, es un común sentimiento fatalista de la moral. Ni el cristianismo escapa de semejante optimismo fatalista, que constituye el fondo dialéctico de la fe en la victoria teológica del Bien. Pero esta posición, un tanto fría y estéril, como peligrosa y funesta, no es la de todos los hombres ni de todos los hombres ni de todas las épocas. Nuestro tiempo no es nada liberal ni eclecticista. Dentro del propio espíritu nuevo, creado, en gran parte, por el materialismo histórico, el sentido fatalista de Marx no logra ahogar totalmente nuestra inquietud ética. La dialéctica de Hegel, cuyo fatalismo subiste en la base filosófica de la ciencia revolucionaria de mar, es un humo que se aleja rápidamente de la nueva conciencia, dispersado por el viento de los acontecimientos modernos. Lo que del marxismo importa más a la humanidad, dice Eastman, no es lo que hay en él de vestigios metafísicos a la alemana, sino su fuerza estrictamente metafísica para enfocar la historia y para poner en nuestra manos una técnica realmente transformadora de la sociedad. Allí donde empieza la metafísica hegeliana, con su ecuación fatal de los contrarios, allí termina la influencia de mar en nuestra época y su poder creador del porvenir. El hombre verdaderamente nuevo está adquiriendo una conciencia rigurosa y libre de su voluntad, junto con un austero sentimiento de la responsabilidad humana ante la historia. De esta suma injerencia del hombre en la creación de la historia, que él no concibe fuera de los resortes libres de su voluntad, está proscrito todo fatalismo y todo determinismo. La lucha entre el bien y el mal, según este estado de espíritu, puede, siguiendo los casos ser favorable al primero o al segundo de los beligerantes. El principio del bien es o “puede ser”, a veces, positivo y, a veces, negativo, según que el hombre acierte o no a dirigir sus energías. La tragedia, en este caso, no es un simulacro, sino un grave conflicto de vida o muerte en la naturaleza y en el espíritu. Porque, según este criterio, todo es posible y en el proceso, vital del hombre y de la sociedad, caben todas las soluciones. El sentimiento revolucionario, creado por Marx, prueba precisamente que la historia está siempre en una balanza, cuyos platillos siguen un mecanismo, no ya secreto, misterioso o ajeno a la voluntad humana, sino entrañado a tales o cuales apatías o esfuerzos de los hombres.La facultad de discernir los malos elementos y torcidos manejos de una sociedad o de un movimiento de la historia, concuerda, pues, con el nuevo sentimiento de la vida. Es menester un control objetivo de las actividades ambientes y un franco espíritu polémico. Es necesario señalar lo que no anda derecho, porque esta falta de derechura “puede” influir nocivamente en la creación del porvenir. No se trata de una crítica de la historia pasada, sino de un control, de reacción viviente e inmediata, sobre la realidad y los hechos actuales.Tal es la explicación de las impugnaciones que me parece urgente y necesario hacer a los movimientos juveniles de América. He atacado y atacaré a los impostores de la revolución, a los inconscientes, a los farsantes, a los atolondrados, a los egoístas, a los retrógrados con máscara vanguardista, a los que comen y beben de un régimen y estado de cosas que ellos hacen gala en injuriar con fáciles chismes de politiqueros circunstanciales. He atacado y atacaré al mal espíritu, aunque se sientan heridos los cuerpos inferiores. Lo que en verdad sea puro, grande y esencialmente revolucionario en América, queda y quedará de pie, indemne de todo debate y de toda represalia. Yo tiro sobre lo que es susceptible de caer.

Crónica publicada por la revista “Mundial” de Lima, N° 438 del 2 de noviembre de 1928 (cat.1928:41)

Entrevista en España

¿Cuándo empieza todo?
“Todo empieza por el principio”.


¿Qué ama más de la plantas?
“Yo amo a las plantas por su raíz y no por la flor”.


¿Cuál es la diferencia entre el arte y la naturaleza?
“La naturaleza crea la eternidad de la sustancia. El arte la eternidad de la forma”.


¿Qué es la amargura?
“Mi amargura cae en jueves”.


¿Cuál es la diferencia entre un hombre y un animal?
“Al animal se le guía o se le empuja. Al hombre se le acompaña paralelamente”.


¿Qué es la revolución?
“Existen preguntas sin respuestas, que son el espíritu de la ciencia y el sentido común hecho inquietud. Existen respuestas sin preguntas, que son el espíritu del arte y la conciencia dialéctica”.


¿Qué ha producido la América de habla española?
“Cuanto de intelectual se ha producido en América con posterioridad a la colonización española, inclusive la poesía de Gabriela Mistral, no ofrece más que un mediocre interés para Europa. Toda la producción hispanoamericana, salvo Rubén Darío, el cósmico, se diferencia poco o casi nada de la producción exclusivamente española.
La versión que hay que hacer es de obras rigurosamente indoamericanas y precolombinas. Es allí donde los europeos podrán encontrar algún interés intelectual. Un interés, por cierto, mil veces más grande que el que pueda ofrecer nuestro pensamiento hispanoamericano. El folklore de América, en los aztecas como en los incas, posee inesperadas luces de revelación para la cultura europea. En artes plásticas, en medicina, en literatura, en ciencias sociales, en lingüística, en ciencias físicas y naturales, se puede verter inusitadas sugestiones, del todo distintas al espíritu europeo. En esas obras autóctonas sí tenemos personalidad y soberanía, y para traducirlas y hacerlas conocer no necesitamos jefes morales ni patrones”.

Nota: Entrevista dada a Antonio Ruiz Villaplana en 1937 ó 1938