29/6/07

Muro Este

Esperaos. No atino ahora cómo empezar. Esperaos. Ya.

Apuntad aquí, donde apoyo la yema del dedo más largo de mi zurda.

No retrocedáis. No tengáis miedo. Apuntad no más ¡Ya!

Brrrrum...

Muy bien. Se baña ahora el proyectil en las aguas de las cuatro bombas que acaban de estallar dentro de mi pecho. El rebufo me quema. De pronto la sed aciagamente ensahara mi garganta y me devora las entrañas...

Mas he aquí que tres sonidos solos, bombardean a plena soberanía, los dos puertos con muelles de tres huesecillos que están siempre en un pelo ¡ay! de naufragar. Percibo esos sonidos trágicos y treses, bien distintamente, casi uno por uno.

El primero viene desde una rota y errante hebra del vello que decrece en la lengua de la noche.

El segundo sonido es un botón; está siempre revelándose, siempre en anunciación. Es un heraldo. Circula constantemente por una suave cadera de oboe, como de la mano de una cáscara de huevo. Tal siempre está asomado, y no puede transponer el último viento nunca.

Pues él está empezando en todo tiempo. Es un sonido de entera humanidad.

Y el último. El último vigila a toda precisión, altopado al remate de todos los vasos comunicantes. En este último golpe de armonía la sed desaparece. (ciérrase una de las ventanillas del acecho), cambia de valor en la sensación, es lo que no era, hasta alcanzar la llave contrario.

Y el proyectil que en la sangre de mi corazón destrozado cantaba y hacía palma, en vano ha forcejeado para darme la muerte.

- ¿Y bien?

- Con ésta son dos veces que firmo, señor escribano. ¿Es por duplicado?

El Espíritu Polémico

Los tolerantes, los liberales, los eclécticos, no saben inquietarse de los malos fermentos de la historia. En su concepto, los malos fermentos sociales, si son, en verdad malos, salen, a la larga, derrotados por los buenos. El principio del mal, en las religiones como en los individuos, es por esencia, negativo y está condenado a un fracaso necesario e ineludible. La lucha entre el bien y el mal, no es sino aparente o transitoria, puesto que las leyes naturales quieren siempre el triunfo del primero. La tragedia, para tales hombres, no pasa de ser una añagaza o, a lo sumo de un simulacro.Es, si se quiere, una maniobra de vacaciones de la naturaleza y del espíritu. En fin, lo que identifica mejor a todas las religiones, según este criterio, es un común sentimiento fatalista de la moral. Ni el cristianismo escapa de semejante optimismo fatalista, que constituye el fondo dialéctico de la fe en la victoria teológica del Bien. Pero esta posición, un tanto fría y estéril, como peligrosa y funesta, no es la de todos los hombres ni de todos los hombres ni de todas las épocas. Nuestro tiempo no es nada liberal ni eclecticista. Dentro del propio espíritu nuevo, creado, en gran parte, por el materialismo histórico, el sentido fatalista de Marx no logra ahogar totalmente nuestra inquietud ética. La dialéctica de Hegel, cuyo fatalismo subiste en la base filosófica de la ciencia revolucionaria de mar, es un humo que se aleja rápidamente de la nueva conciencia, dispersado por el viento de los acontecimientos modernos. Lo que del marxismo importa más a la humanidad, dice Eastman, no es lo que hay en él de vestigios metafísicos a la alemana, sino su fuerza estrictamente metafísica para enfocar la historia y para poner en nuestra manos una técnica realmente transformadora de la sociedad. Allí donde empieza la metafísica hegeliana, con su ecuación fatal de los contrarios, allí termina la influencia de mar en nuestra época y su poder creador del porvenir. El hombre verdaderamente nuevo está adquiriendo una conciencia rigurosa y libre de su voluntad, junto con un austero sentimiento de la responsabilidad humana ante la historia. De esta suma injerencia del hombre en la creación de la historia, que él no concibe fuera de los resortes libres de su voluntad, está proscrito todo fatalismo y todo determinismo. La lucha entre el bien y el mal, según este estado de espíritu, puede, siguiendo los casos seer favorable al primero o al segundo de los beligerantes. El principio del bien es o “puede ser”, a veces, positivo y, a veces, negativo, según que el hombre acierte o no a dirigir sus energías. La tragedia, en este caso, no es un simulacro, sino un grave conflicto de vida o muerte en la naturaleza y en el espíritu. Porque, según este criterio, todo es posible y en el proceso, vital del hombre y de la sociedad, caben todas las soluciones. El sentimiento revolucionario, creado por Marx, prueba precisamente que la historia está siempre en una balanza, cuyos platillos siguen un mecanismo, no ya secreto, misterioso o ajeno a la voluntad humana, sino entrañado a tales o cuales apatías o esfuerzos de los hombres. La facultad de discernir los malos elementos y torcidos manejos de una sociedad o de un movimiento de la historia, concuerda, pues, con el nuevo sentimiento de la vida. Es menester un control objetivo de las actividades ambientes y un franco espíritu polémico. Es neCésario señalar lo que no anda derecho, porque esta falta de derechura “puede” influir nocivamente en la creación del porvenir. No se trata de una crítica de la historia pasada, sino de un control, de reacción viviente e inmediata, sobre la realidad y los hechos actuales. Tal es la explicación de las impugnaciones que me parece urgente y neCésario hacer a los movimientos juveniles de América. He atacado y atacaré a los impostores de la revolución, a los inconscientes, a los farsantes, a los atolondrados, a los egoístas, a los retrógrados con máscara vanguardista, a los que comen y beben de un régimen y estado de cosas que ellos hacen gala en injuriar con fáciles chismes de politiqueros circunstanciales. He atacado y atacaré al mal espíritu, aunque se sientan heridos los cuerpos inferiores. Lo que en verdad sea puro, grande y esencialmente revolucionario en América, queda y quedará de pie, indemne de todo debate y de toda represalia. Yo tiro sobre lo que es susceptible de caer.

Nota: Crónica publicada por la revista “Mundial” de Lima, N° 438 del 2 de noviembre de 1928 (cat.1928:41)

Amalia de Isaura en Malva Loca

¡Y se arrojó de hinojos la enlutada!
Su gesto pecador arrepentido
Quebróse como lágrima estrellada
En un fresco temblor despavorido.
Y en cada rosa así sacrificada
Chisporroteó un crisal enrojecido;
¡y en su mano de luz transfiguraba
se ajaron muertas cúpulas de nido...!
¡La marcha funeral afuera llora
como un trémulo de hostias argentinas
que acuden a un copín azul de aurora!
¡Y el amor en la triste Magalena
a un vuelo musical de golondrinas
se bautizó de angustia nazarena...!

Trilce

Hay un lugar que yo me sé
en este mundo nada menos
adonde nunca llegaremos.

Donde, aún si nuestro pié
llegase a dar por un instante
será, en verdad, como no estarse.

En ese sitio que se ve
a cada rato en esta vida,
andando, andando de uno en fila.

Más acá de mí mismo y de
mi par de yemas, lo he entrevisto
siempre lejos de los destinos.

Ya podéis iros a pié
o a puro sentimiento en pelo,
que a él no arriban ni los sellos.

El horizonte color té
se muere por colonizarle
Para su gran Cualquiera Parte.

Mas el lugar que yo me sé,
en este mundo, nada menos
hombreado va con los reversos.

Cerrad aquella puerta que
está entreabierta en las entrañas
de ese espejo. - Está? No; su hermana.

No se puede cerrar. No se
puede llegar nunca aquel sitio
- do van en rama los pestillos.

Tal es el lugar que yo me sé.